La última cena se considera una etapa muy importante dentro del proceso de constitución de la Iglesia puesto que hay una estrecha relación entre la Iglesia y la cena del Señor, celebrada por las primeras comunidades cristianas según el mandato del propio Jesús. Por ello, hay algunos autores que consideran la última cena como un verdadero acto fundacional de la Iglesia.
La última cena no se puede considerar una comida en el sentido amplio del término; según el testimonio de San Pablo en 1 Cor 11,28, insiste sobre la necesidad de examinarse antes de participar en la cena, para poder comer dignamente el cuerpo y la sangre del Señor.
Hay cuatro relatos de la cena en el Nuevo Testamento: en Mateo 26, Marcos 14, Lucas 22 y Primera Carta a los Corintios 11. Todos ellos coinciden en lo esencial, lo que corrobora el sentido de la última cena del Señor.
En la cena Jesús relaciona sus palabras y sus gestos con su propia persona, que se encuentra ante su muerte inminente; identifica el pan y el vino con su cuerpo y su sangre y de esta forma vincula la cena con su muerte interpretándola como sacrificio por muchos y como comunión con él, una comunión que supone la participación en su vida.
Las palabras y los gestos realizan simbólicamente su propia muerte y el establecimiento de la Nueva Alianza. La alianza del Sinaí se pactó entre Dios y su pueblo mediante un sacrificio y el sacrificio de Jesús se ofrece como mediación en el momento del nuevo pacto entre Dios y los hombres. La celebración de la Pascua judía era la renovación de la alianza primitiva, que en la última cena queda sustituida por la Nueva Alianza. A diferencia de la antigua, esta Nueva Alianza representa un tipo de relación con Dios no basado en una ley externa sino fundado en el corazón. Por tanto, el antiguo pacto y su sustitución por otro es algo nuevo no solo en el tiempo sino también en el contenido.
La cena de Jesús celebra la liberación y la alianza pasadas y hace presente la salvación realizada en su propia vida y muerte y apunta hacia el acontecimiento de la llegada del Reino de Dios; da origen a un nuevo pueblo capaz de pactar con Dios de un modo nuevo. Jesús ha pensado en una comunidad de creyentes unidos a él más allá de su muerte, ha querido llamar a la comunión con él y hace a sus discípulos partícipes de la salvación.
Los discípulos representan a la comunidad que entrará en el Reino de Dios, que surge gracias a la entrega que Jesús hace de sí mismo. Por tanto sus discípulos son aquellos que están dispuestos a participar de su destino y a continuar su misión después de su muerte, anunciando la buena noticia del Reino y sirviendo a los hermanos con una disposición y entrega totales.
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